Élites desconectadas
Con el tiempo, los dirigentes políticos de ambas ciudades, gobiernos y
'sottogoverno', se han convertido en grupos sin apenas contacto
No siempre fue así y permitan que para ilustrarlo me centre en las
figuras de dos presidentes. Alcalá-Zamora y Macià asentaron las bases de la
Segunda República porque —aparte de que el excoronel supo calibrar hasta dónde
podía llevar a sus conciudadanos y qué esperar del gobierno provisional del
cordobés— contaban con un trato previo de cuando en los años diez eran
diputados a las Cortes. Podían departir sobre el momento político porque
entendían los códigos ajenos.
Macià visitó Madrid con motivo de la presentación del anteproyecto de
Estatuto de Autonomía en agosto de 1931, acompañado por su hija Maria, que
ejercía también de primera dama. La visita se prolongó más de lo previsto
porque, mientras su padre seguía una apretada agenda, ella descubría Madrid con
las hijas de Alcalá-Zamora.
Cuando en 1934 Companys tomó las riendas de la Generalitat, la cosa
cambió. Este había sido durante la tramitación del Estatuto el jefe de la
minoría catalana en las Cortes e incluso, cuatro meses, ministro. A pesar de
ello y según sostiene Arnau González Vilalta, uno de los mejores conocedores de
su figura, apenas había labrado relación alguna con las élites madrileñas.
Azaña, para entonces en la oposición, estaba en contacto con los
sectores expulsados de ERC, más proclives a la gobernabilidad de Cataluña y
menos a la gesticulación, como Lluhí Vallescà, Casanelles y Tarradellas. Así lo
constata el imprescindible Azaña y Cataluña. Historia de un desencuentro, de
Josep Contreras. En octubre de 1934 los lluhins fueron la vía de interlocución
que el líder de Izquierda Republicana usó para tratar de desactivar el calentón
de Companys. También lo fue, en sentido inverso, cuando desde la Generalitat,
en julio de 1936, se insistió a Casares Quiroga que actuara ante los rumores de
insurrección.
Ni en un caso ni en otro surtió efecto: la escasa relación entre
Companys y Madrid no fue determinante para lo que aconteció, pero sí
importante. Es lo que tiene el uso de terceros. Si conocen el juego del
teléfono sabrán que después de cuatro interlocutores la información inicial
poco se parece a la final.
El presidente Tarradellas pasó parte de su exilio recibiendo a jóvenes
políticos. No conocía a Suárez pero por su don de gentes, afinado de sus
tiempos de comercial, era consciente de que una relación personal es básica
para deshacer entuertos. Por eso hizo lo imposible por tratar a cuantos pudo.
Su ejemplo, como tantas cosas de su hacer político, se olvidó.
Desde entonces, a medida que la autonomía catalana se ha fortalecido
los cuadros políticos catalanistas han tenido cada vez mayor interés en
construir un Estado en Barcelona —la zona de confort que evita trasladarse a
Madrid para promocionar—. Al Gobierno central, por su parte, la modernización
de España le ha facilitado cuadros formados sin necesidad de acudir al caladero
catalán. Con el tiempo las élites políticas de ambas ciudades, gobiernos y
sottogoverno, se han convertido en grupos sin apenas contacto.
De nuevo, en vísperas del 27-O sucedió algo similar a lo acontecido en
1934 y 1936: se jugó al teléfono. Santi Vila, el grupo de empresarios catalanes
y el lehendakari Urkullu fracasaron como vía, con la interferencia añadida de
las ondas tuiteras. Algún día sabremos las razones por las que la relación, en
apariencia cordial, entre Junqueras y Sáenz de Santamaría tampoco fructificó.
Tratar al otro no implica renunciar a las ideas propias pero facilita
dejar de verle bajo un estereotipo. La solución, la que sea, para Cataluña y
España pasará de manera inevitable por la negociación entre élites de ambas
capitales. Será más sencilla cuanto mejor descodifiquen los códigos
conductuales ajenos. No es fácil, pero como me comentaba días atrás el
exconsejero de Tarradellas, Lluís Armet, “la política es todo menos una línea
recta”. Una reunión Rajoy-Torra puede ser un buen comienzo para trazar el
camino a través de meandros.
Joan Esculies es escritor e
historiador. EL PAIS. 18 MAY 2018 - 01:28 CEST
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